diario16.-En mayo de 2013, durante el encuentro anual de la Asamblea Mundial de la Salud, la directora de la OMS, Margaret Chan,
denunció que las patentes relacionadas con nuevas cepas de coronavirus
estaban limitando la investigación científica e impidiendo que las
naciones ofrecieran una debida protección a sus ciudadanos.
Además, el
viceministro de Salud, Ziad Memish, expresó su preocupación por el hecho de que los poseedores de la patente del virus MERS-CoV (un antecedente y primo hermano del covid-19)
no permitieran a los científicos utilizar el material patentado, lo que
retrasaba el desarrollo de pruebas de diagnóstico y de las respectivas
vacunas.
Los coronavirus humanos se descubrieron en los años
60 y desde entonces incluso los que tienen origen natural se han
manipulado en los laboratorios, no solo con fines científicos, también
industriales. Según ABG Intellectual Property, una firma especializada en propiedad industrial e intelectual líder en Europa, la patente con número de publicación EP 3172319B1, solicitada por The Pirbright Institute y concedida por la Oficina Europea de Patentes,
protege en realidad a un coronavirus atenuado que comprende una
variante del gen de la replicasa, obtenida a partir del virus de la
bronquitis infecciosa aviar, perteneciente al género gammacoronavirus.
Pero hay más patentes de virus. Así, la certificada con el número de publicación EP 2898067 B1 “fue concedida por la Oficina Europea de Patentes el pasado 15 de enero de 2020 y protege al virus MERS-CoV,
así como métodos in vitro para el diagnóstico de infecciones causadas
por este virus y el uso de dicho virus para el tratamiento o prevención
de las mismas”. A su vez, la patente con número de publicación US 7220852 B1, “concedida en Estados Unidos (aunque ya no se encuentra en vigor) protege en realidad la secuencia de ácido nucleico del virus SARS-CoV
y fue concedida en el año 2007, cuando la Oficina de Patentes y Marcas
de Estados Unidos aún admitía la patentabilidad de genes”.
Irene Vázquez, agente europeo de patentes de ABG, recuerda que “las primeras secuencias genómicas del coronavirus de Wuhan
se hicieron públicas el pasado mes de enero. Por lo tanto, en caso de
existir una solicitud de patente para el nuevo coronavirus, esta debería
haberse presentado antes de la publicación de su secuencia”. O lo que
es lo mismo, parece lógico pensar que alguna empresa ya tiene en su
poder la patente del covid-19.
La existencia de los coronavirus se conoce desde hace décadas pero cada cierto tiempo aparece alguno nuevo. El síndrome respiratorio agudo grave (SARS) fue documentado por primera vez en noviembre de 2002 en la provincia de Cantón, China. En poco tiempo se propagó a las vecinas Hong Kong y Vietnam
y a otros países de la zona, generalmente a través de viajes de
personas infectadas. La enfermedad ha tenido una tasa promedio de
mortalidad global cercana a un 13 por ciento.
Diez años después, en 2012 (los científicos deberían estudiar ese
patrón de ocho o diez años, tiempo en el que parece mutar una nueva
cepa) entró en escena el coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV).
El primer aislamiento del hasta entonces desconocido coronavirus, fue
realizado en un paciente varón saudí de 60 años que presentaba una
neumonía aguda y que posteriormente murió por insuficiencia renal en
junio de ese año. Curiosamente, el Informe Anual de Seguridad Nacional 2018 elaborado por el Gobierno de España, en su capítulo Seguridad frente a epidemias y pandemias, ya constató el riesgo que para nuestro país suponía la aparición de un brote de este tipo de coronavirus en el norte de África.
Los expertos documentan este mal de la siguiente forma: “Enfermedad
respiratoria producida por un coronavirus emergente próximo al SARS. Se
siguen notificando casos de forma constante”. Y se constata que en ese
año ya había afectado a 27 países y a 2.279 personas (más del 80 por
ciento notificados por Arabia Saudí) con 806 fallecidos
(un 35 por ciento de mortalidad). Este tipo de coronavirus es muy
parecido en síntomas al covid-19: cursa con enfermedad respiratoria
aguda grave que provoca fiebre, neumonía, tos y dificultad respiratoria,
además de diarrea y afectación renal. Si en el caso del coronavirus de
Wuhan el principal sospechoso de haber transmitido la enfermedad es el
pangolín, un animal exótico que se da en aquellas latitudes, se sabe que
las secreciones nasales de los camellos pueden ser transmisores del
síndrome respiratorio de Oriente Medio. En España se detectó el primer
caso el 1 de noviembre de 2013, una mujer que había viajado a Arabia
Saudí con motivo de la peregrinación islámica Hajj y que contrajo la enfermedad.
Los científicos creen que la investigación actual sobre el SARS
podría proporcionar un modelo útil para el desarrollo de tratamientos y
vacunas contra el covid-19. Por esa razón, laboratorios de todo el mundo
se han lanzado a la búsqueda de la vacuna que podría frenar la
pandemia. “El coronavirus de Wuhan es, hasta donde se sabe, una cepa de
virus silvestre, es decir, un virus que se encuentra como tal en la
naturaleza, y que no ha sido objeto de manipulación genética”, aseguran
los expertos de ABG. No obstante, la Oficina Europea de Patentes
considera que una materia biológica aislada como es el caso del covid-19
es patentable aunque se encuentre previamente en la naturaleza. Por lo
tanto, una cepa viral aislada de su hospedador también será patentable
siempre que cumpla con los requisitos legales. Una vez más, la lucha
contra una enfermedad grave nos lleva inevitablemente a las pugnas de
las grandes empresas farmacéuticas y a intereses comerciales que en
principio están muy alejados de la medicina. Y aquí la pregunta es:
¿resulta lícito o ético que una empresa privada, al margen del control
de los estados (tal como denunció Margaret Chan) pueda ser propietaria
de un coronavirus letal que puede causar una catástrofe de proporciones
cósmicas como la que estamos viviendo?