Mariano Blejman
Página 12
La vanguardia de Steve Jobs se sostuvo por sus geniales inventos y un poderoso mecanismo de defensa de sus patentes. El creador del iPhone estuvo obsesionado con ellas durante toda su vida. Detrás de cada creación, Apple tiene un ejército de abogados que defiende cada pequeña idea en cualquier rincón del planeta. |
Desde la muerte del
creador de Apple, Steve Jobs, buena parte del mundo tecnológico no ha
hecho más que llorarlo. Este gurú carismático para millones de personas
deja una marea de desconcierto. ¿Hacia dónde seguir ahora que Jobs no
está? ¿Quién iluminará nuestros deseos? Es fácil reconocer el lado
“bueno” de Jobs como genio y como la figura más influyente de este siglo
que empieza, sobre todo cuando éste acaba de perecer. Sus creaciones
más emblemáticas configuraron el actual modo en que las personas se
comunican y sus invenciones registradas a futuro seguirán haciéndolo por
unos años. Inventó la computadora personal a mediados de los ’70, la
Macintosh en 1984 y las iMac que reconfiguraron el concepto de
computadoras personales a fines de los ’90, los iPods redefinieron el
negocio de la música, los iPhone fueron la revolución móvil inteligente
hace apenas cuatro años y el iPad es el artefacto del futuro que ya
llegó... ¡hace dos años! Pero la genialidad no se convierte en imperio a
menos que alguien defienda su negocio. El rol preponderante y de
vanguardia de Apple se sostiene con un poderosísimo y por momentos
absurdo sistema de patentes sobre el cual Jobs estuvo obsesionado
durante toda su vida. Detrás de cada uno de sus inventos, Apple desplegó
un ejército de abogados que fueron al frente por una batalla por el
standard. Steve Jobs fue un iluminado no sólo por sus invenciones sino
porque creó con cada uno de sus objetos modelos de negocios que
invitaban a la dependencia: aquellos que ingresan en el mundo Apple,
difícilmente puedan salir de allí.
En su obsesión por defender
sus inventos, Steve Jobs patentó 313 ideas, lo cual lo convierte en el
director de una empresa tecnológica con más registros de la historia.
Sólo basta compararlo con Bill Gates, el creador de Microsoft Windows,
quien tiene apenas nueve patentes en su haber, o la docena registrada
por Larry Page y Sergey Brin, los creadores de Google. Jobs tenía una
especial obsesión por el diseño concebido como un aspecto utilitario: no
sólo patentó productos tecnológicos sino las escaleras que se usan en
sus Apple Stores, esos negocios especialmente diseñados para comprar
productos Apple. También patentó las cuerdas de seguridad para
auriculares del iPod, adaptadores blancos, broches de plástico que
juntan los cables, monitores, mouses, teclados, reproductores multimedia
y una larga lista de etcéteras. Jobs estaba tan obsesionado por el
diseño, en cada rincón de la compañía, que muchos se preguntan si su
“manera de pensar diferente” seguirá estando en Apple después de su
partida. Unas doscientas de esas ideas estaban compartidas con Johnny
Ive, el jefe de diseño de Apple, lo cual muestra hasta dónde Jobs se
metía en el trabajo de una empresa con cincuenta mil empleados. Buena
parte de su obsesión por el control total de sus productos se convirtió
–Apple desarrollaba y diseñaba desde arriba hasta abajo toda la cadena
de producción– tal vez en su principal karma.