Marx Gómez
El capitalismo hoy
Lo
que caracteriza a cada época económica no es lo que se hace sino cómo
se hace y con qué instrumentos se hace. En ese sentido, el conocimiento
cobra cada vez más importancia por ser precisamente el determinante de
las relaciones sociales de producción que caracterizan este contexto
actual, a saber, el capitalismo global, informacional, cuya economía
está sustentada, precisamente, en el conocimiento.
Entendiendo
que el capitalismo se caracteriza por la concentración de los
principales medios de producción en un número de manos cada vez menor;
comprendiendo que dicho sistema es un sistema-mundo tal y como lo
expresa Wallerstein y que en el mismo la economía-mundo se sustenta en
el esquema centro-periferia, podremos visualizar la configuración de la
división internacional del trabajo entre países (periféricos) que
suministran materia prima y países (centrales) que desarrollan
constantemente su industria y procesan el flujo de recursos provenientes
de aquellos. En tal esquema podemos situar –económicamente- a los
primeros países en el Sur (en vías de desarrollo) y a los últimos en el
Norte (países altamente industrializados, desarrollados).
Bajo
este esquema, los países centrales no solo procesan la materia prima
que proviene del Sur sino que al terminar dicho proceso, sitúan las
mercancías en el mercado mundial obteniendo así un segundo beneficio: un
flujo neto de capitales del Sur hacia el Norte. Tal es el “negocio
redondo” del capitalismo. Para mantener esa faena es necesario, pues,
que los países centrales se encarguen de mantener aseguradas sus
principales fuentes de recursos, tanto económicos como naturales, y por
consiguiente, edificar todo un aparato jurídico-político de
pretensiones globales que permitan alcanzar sin muchos contratiempos
este objetivo.
Si
decimos entonces que el capitalismo se configura hoy alrededor de la
información y el conocimiento, es porque los mismos fungen hoy no sólo
como mercancía sino como materia prima para el sistema. En el caso de la
información podemos visualizar lo anteriormente explicado al observar
cuáles son los principales medios de comunicación en el mundo, en manos
de quienes están y a qué intereses responden. Cabe preguntarse
perfectamente ¿podemos decir realmente que vivimos en una sociedad de la
información cuando la mayoría de la información está privatizada?
En
el caso del conocimiento, podemos formular una pregunta similar,
¿puede ser esta una sociedad del conocimiento cuando el conocimiento
mismo está siendo privatizado cada vez con mayor ferocidad? Tal proceso
lo podemos evidenciar en el régimen de Propiedad Intelectual que ha
buscado erigirse globalmente.
Un régimen jurídico de opresión
En pocas palabras pudiera decirse que la Propiedad Intelectual supone
el reconocimiento de un derecho particular en favor de un autor u
otros titulares de derechos, sobre las obras del intelecto humano. Ese
es el “cuento bonito” pero lo que no revela esta definición es el hecho
de que los Derechos de Propiedad Intelectual protegen a quien
comercializa determinado conocimiento, bien sea éste una obra literaria
o una invención científica. Y si no olvidamos que los principales
medios de producción están en manos de unas pocas personas, fácil
podemos evidenciar que el beneficio es para pocos y las consecuencias
de tal desigualdad la vivimos muchos.
¿Cómo
pasan los Derechos de Propiedad Intelectual a ser un tema de prioridad
global? Una estrategia de cuatro pasos permite comprender cómo se da
eso. En primer lugar, es necesaria una coalición internacional alrededor
de la Propiedad Intelectual conformada por la tríada Estados Unidos,
Unión Europea y Japón que se materializa en la edificación de diversos
organismos “multilaterales”; en segundo lugar, es imperante el que dicha
coalición ejerza su influencia para situar, por medio de foros y demás
eventos académicos “neutrales y objetivos”, a la Propiedad Intelectual
como punto prioritario en la agenda de todos los países; en tercer
lugar resulta vital para el mantenimiento de la hegemonía neoliberal
que la coalición sepa contener –y esto conlleva a veces a amenazar- a
aquellos países que desempeñan un rol semi-periférico y que puedan
representar una posible amenaza para los intereses imperiales, asimismo
deben refinar sus tácticas de persuasión para poder garantizar que los
países del Sur Global sigan amarrados al régimen de Propiedad
Intelectual1;
por último, la coalición debe garantizar su hegemonía en el tiempo al
establecer modificaciones en los Derechos de Propiedad Intelectual,
extendiendo el plazo de concesión de los mismos y alargando con ello los
beneficios monopólicos que reciben estos países por concepto de
regalías emitidas desde los países del Sur.
Todo
este régimen mundial de Propiedad Intelectual apuntala, precisamente, a
asegurar que los exportadores netos (los países industrializados)
continúen ampliando su control y logren frenar cualquier posible
acumulación competitiva. Esto agrava aún más el profundo desequilibrio
comercial existente entre el Norte y el Sur y da muestras de que un
sistema global de Propiedad Intelectual –de marcado corte neoliberal-
les cuesta a los países pobres mucho más de lo que los beneficia
comercialmente.
Biopiratería: privatización de la vida misma
Ahora
bien, visto el panorama es momento de enfocarnos en el tema que
venimos a desarrollar aquí, a saber, la biopiratería como proceso de
privatización de la vida misma.
Hablar
de biopiratería es hablar de neocolonialismo, de nuevas formas de
dominación y explotación, es hablar de cómo la biodiversidad va siendo
parte del cumulo de propiedades de unos pocos y de cómo compañías
trasnacionales –específicamente las del sector farmacéutico- han
usurpado conocimientos milenarios para beneficiarse espantosamente a
costa de la miseria y creciente pobreza de los pueblos indígenas.
Es
hablar también de la supuesta “salida” que implicaría el regular el
acceso a los recursos genéticos, el exigir transparencia en cuanto a la
fuente de los recursos a la hora de solicitar una patente por
innovación científica y del patentar el conocimiento tradicional. Todo
esto no es más que un giro de tuerca que profundiza las actuales
depravaciones que se viven en el marco de este sistema y, ¡peor aún!,
con tales “soluciones” la biopiratería estaría legalmente permitida y
se concebiría ahora como “transacciones comerciales”.
Con o sin soporte legal la biopiratería viene dándose desde 19942 cuando
las principales industrias farmacéuticas del mundo lograron ejercer su
influencia en la OMC para que ésta impusiera leyes de Propiedad
Intelectual sobre los organismos vivos. Podemos definir entonces a la
biopiratería como privatización de recursos colectivos y públicos por
medio de ¡sistemas jurídicos! que impiden a todos los demás acceder a
ellos. Esto es lo que no revela el concepto de patentes hasta ahora
hegemonizado: protección al inventor y a su invento que, en este caso,
¡han sido producto de la usurpación del conocimiento de todo un pueblo!
¡La apropiación despiadada de un bien común!
Y
es que precisamente de eso se trata: las industrias de biotecnología
utilizan el conocimiento ancestral (en este caso, remedios) de los
pueblos indígenas para elaborar medicamentos que luego salen al mercado a
un precio altísimo y sin repartir beneficios al pueblo usurpado,
¡quien ahora tiene que resarcir económicamente por una actividad que
realizaban desde un buen tiempo! El “invento” no es más que la
usurpación de las técnicas ya existentes, si acaso con alguna ligera
modificación.
El
concepto de "biopiratería" supone, pues, que es un derecho natural la
posesión de una planta, de variedades animales y de genes humanos. Este
monopolio sobre la vida conlleva a tres consecuencias: el aumento
desproporcionado de los precios, imposibilitando con ello el acceso por
parte de las y los ciudadanos a los “nuevos” desarrollos; el freno a la
producción local al recibir una gran cantidad de mercancía importada y
al verse debilitada la economía nacional por motivo de la fuga de
capitales bajo el concepto de regalías por el uso de estos bienes; y por
último, la prohibición de actividades originarias puesto que ahora
pasan a ser reconocidas como “invención” de determinada empresa y por
consiguiente se rigen por el régimen de Propiedad Intelectual.
La
“biopiratería” no es más que un enfoque alternativo, una “salida”
digna de los revisionistas. Es la coexistencia con el capitalismo y su
explotación avasallante al no oponerse tajantemente a los monopolios
biológicos sino “exigir” una mayor redistribución de sus beneficios, es
decir, las empresas de biotecnología que incurran en este tipo de
acciones y cuyos trabajos se basen en variedades naturales, o en genes
humanos descubiertos en países en vías de desarrollo o entre poblaciones
indígenas, tendrían que estar obligadas a pagar regalías por ello.
La
verdadera transformación, la verdadera acción revolucionaria es
liberarse, precisamente, de todos los monopolios biológicos en el marco
de una transformación sistémica mayor: el cambio de las actuales
relaciones sociales de producción a unas donde el control de los
principales medios de producción esté en manos de las y los
trabajadores.
En
este sentido, cobra una vital relevancia la integración regional y el
internacionalismo como baluartes de un proceso de acumulación de
fuerzas que permitan ofrecer una férrea resistencia y una lucha
profundamente anti imperialista y anti capitalista, construyendo con
ello una nueva hegemonía que, a la par de las nuevas relaciones de
producción, consolide la edificación de una nueva sociedad.
Concluimos,
pues, expresando que el actual régimen de Propiedad Intelectual es
inviable para todos los países que se encuentran en una situación de
desigualdad frente a los países del Norte industrializado. Asimismo,
estas “salidas” que buscan “proteger” el conocimiento tradicional no
hacen más que facilitar la transformación de los mismos en mercancías y
con ello introducirlas a la “boca del lobo”, es decir, a la lógica del
mercado capitalista.
Es
necesario avanzar en el proceso de acumulación de fuerzas para
construir, desde el Sur Global, una propuesta contra hegemónica que
beneficie realmente a los países en desventaja y que, en el marco de la
solidaridad entre las naciones, busque ir transformando cada ámbito de
esta sociedad que subsiste con el empobrecimiento de cada vez un número
mayor de personas.
¡La lucha es nacional por su forma e internacional por su contenido!
1 Un ejemplo de ello lo tenemos en la firma del Acuerdo de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), condición previa que establece la OMC para que los países puedan ingresar al organismo.
2 De hecho, hay un incidente anterior: el
12 de abril de 1988, la oficina de patentes de EEUU concedió a DuPont
una patente sobre un ratón cuya línea había sido modificada para
hacerlo susceptible al cáncer.