 
La malaria ha asediado a la humanidad durante siglos. Cientos de miles de niños mueren cada año a causa de esta enfermedad.
 Teniendo en cuenta el tamaño del mercado, ¿por qué será que las 
compañías farmacéuticas no han desarrollado una vacuna contra el 
parásito mortal que causa la enfermedad?
La respuesta es sencilla: inventar una vacuna para niños pobres, que no podrían pagar por ella, no es negocio.
El año pasado, GlaxoSmithKline finalmente dio a conocer la primera vacuna contra la malaria que se somete a grandes pruebas piloto entre niños africanos.
 Pero esto no representa una victoria para el libre mercado ni para la 
idea de que el lucro es el mejor motivador de la invención. La Fundación
 Bill y Melinda Gates, sin fines de lucro, asumió buena parte de la 
factura. Y Glaxo no espera hacer dinero con su inversión.
La
 falta de interés de la industria farmacéutica, que genera enormes 
ganancias protegidas por una red de patentes que se hacen cumplir en 
todo el mundo, plantea una pregunta importante.
¿Necesitamos
 otra forma de estimular la innovación y diseminar nuevas tecnologías 
con rapidez en el mundo? ¿Las patentes, que recompensan a los creadores 
dándoles un monopolio legal sobre sus invenciones durante muchos años, 
son la mejor forma de impulsar nuevos inventos?
La
 pregunta va mucho más allá de cómo desarrollamos medicamentos que 
salvan vidas. Adquiere mayor relevancia en un mundo amenazado por el 
cambio climático, un mundo con prisa por descubrir y diseminar nuevas 
tecnologías para remplazar a los combustibles fósiles como fuentes de 
energía.
El debate sobre las patentes y la propiedad intelectual fue tema central en las negociaciones hacia el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
 El gobierno de Obama, incitado por la industria farmacéutica, insistió 
en protecciones todavía más estrictas para las patentes. Otros países, 
en cambio, argumentaron que constituyen barreras excesivas para el acceso de los países pobres a tecnologías que pueden salvar vidas.
Ahora el argumento está haciendo eco en el debate climático.
“Este
 fue un tema muy polémico en las negociaciones internacionales sobre el 
clima que condujeron a la cumbre de París en diciembre”, comentó Robert 
N. Stavins del Kennedy School of Government en Harvard, quien fue uno de
 los principales autores que coordinaron el capítulo sobre cooperación 
internacional en el informe de evaluación más reciente del Grupo 
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.
Un
 grupo de países encabezado por la India estaba a favor de transferir 
los derechos de la propiedad intelectual sobre nuevas tecnologías de 
energía limpia a las naciones en desarrollo para acelerar su difusión. 
El profesor Stavins tiene un contraargumento: “A largo plazo, si no hay 
derechos de propiedad, se acabará con el incentivo para desarrollar la 
siguiente generación de tecnologías”.
La
 batalla contra el cambio climático apenas empieza; hay pocas pruebas 
empíricas de los efectos de las patentes sobre la invención o difusión 
de la tecnología de energía renovable. Pero la evidencia de otras 
industrias en las que se han intensificado las protecciones a la 
propiedad intelectual en nombre de la innovación ha sido sin duda 
contradictoria.
Pensemos
 en el Acuerdo de la Organización Mundial del Comercio sobre los 
Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el 
Comercio que tiene una vigencia de 22 años, conocido como ADPIC, el 
primer convenio para proteger las patentes en todo el mundo. A los 
países en desarrollo se les dijo que promovería su acceso a la 
innovación. Las multinacionales estarían más dispuestas a transferir 
nuevas tecnologías cuando tuvieran seguridad de que sus ideas no serían 
pirateadas. El acuerdo se supone que fomentaría la inversión extranjera 
en la investigación y el desarrollo local.
¿Funcionó?
 Un estudio sobre el impacto de los ADPIC en 60 países concluyó que el 
acuerdo fomentaba el acceso a la tecnología: pocos medicamentos nuevos 
eran introducidos en países donde no estaban protegidos por patentes. 
Los medicamentos patentados seguían siendo más caros que los genéricos, 
pero su precio era menor en los países más pobres.
Pero
 otro estudio de los ADPIC concluyó que, si bien las patentes generaban 
un incentivo para la investigación y el desarrollo en los países de alto
 ingreso, no fomentaba más investigaciones en tratamientos contra 
enfermedades como la malaria, que afectan a los más pobres del mundo, 
pero que no tienen un mercado entre los países ricos.
La
 protección estricta de la propiedad intelectual puede ser 
contraproducente, pues dificulta que inventores en países en desarrollo 
traten de innovar basados en los inventos extranjeros.
Con
 frecuencia se abusa de la protección. Por ejemplo, diversos estudios 
han documentado cómo las compañías farmacéuticas engañan al sistema. 
Cuando expiran las patentes originales de sus medicamentos, desalientan 
la entrada de rivales genéricos más baratos al obtener patentes 
“secundarias” que abarcan ligeras variantes con poco o nulo valor 
médico.
Un
 estudio descubrió que cientos de patentes secundarias pesaban sobre dos
 medicamentos antirretrovirales para combatir el VIH, retrasando con 
ello la entrada de la competencia genérica por 12 años.
Si
 las patentes excesivamente estrictas sobre medicamentos pueden ser 
contraproducentes, el argumento en su contra es aún más poderoso en 
otras industrias. En tecnología, por ejemplo, las patentes a menudo 
obstaculizan las innovaciones basadas en inventos anteriores.
“No
 creo que necesitemos patentes más fuertes de las que tenemos ahora”, 
dice Bronwyn H. Hall, una experta en propiedad intelectual de la 
Universidad de California en Berkeley. “Con la excepción del sector 
farmacéutico, y algunas empresas en otros sectores, mucha evidencia 
sugiere que las empresas no consideran a las patentes como 
indispensables para lucrar con sus invenciones”.
Una
 pregunta clave es: ¿Qué es más importante, difundir las tecnologías de 
energía limpia que conocemos a través de los países en desarrollo, donde
 su uso está aumentando con rapidez, o inventar tecnologías totalmente 
nuevas?
No
 es muy sorprendente que la respuesta dependa de dónde te encuentres. 
“Sí queremos una fuente de nuevas tecnologías”, explica Ambuj D. Sagar, 
profesor de estudios de políticas en el Indian Institute of Technology 
Delhi. “Pero lo más importante ahora es la difusión, dado el poco tiempo
 que tenemos para hacer avances importantes”.
Adam
 Jaffe, uno de los principales autores del tercero y el quinto informe 
de evaluación del grupo sobre el cambio climático, quien ahora dirige la
 fundación de investigación Motu Economic and Public Policy Research en 
Wellington, Nueva Zelanda, está en desacuerdo. La difusión de 
tecnología, dice, aún no es un problema: “Hoy el problema es 
inventarla”.
Sin
 lugar a dudas, los sistemas de energía no son lo mismo que los 
medicamentos, cuya invención es difícil, pero son fáciles de fabricar. 
Las tecnologías de energía más populares que se diseminan por el mundo 
—como los páneles solares hechos en China— son poco innovadoras. El 
financiamiento y el conocimiento son los obstáculos más significativos 
para la difusión de sistemas de energía limpios en los países pobres que
 los derechos de propiedad intelectual.
A
 pesar de ello, las patentes de tecnologías de energía limpia han ido 
aumentando un 20 por ciento anual durante las últimas dos décadas 
aproximadamente, de acuerdo con un estudio del Programa de las Naciones 
Unidas para el Medio Ambiente, la Oficina Europea de Patentes y el 
Centro Internacional para el Comercio y el Desarrollo Sostenible. 
“Es
 necesario mejorar las condiciones del mercado y fomentar las licencias 
para aumentar la transferencia de tecnologías a los países en 
desarrollo”, concluye el estudio.
Los
 críticos, la mayoría de izquierda, han recomendado en repetidas 
ocasiones debilitar o incluso eliminar patentes, que, argumentan, 
imponen costos excesivos al aumentar los precios de los medicamentos y 
restringir su acceso. Las propuestas incluyen desde hacer que el 
gobierno compre la mayoría de las patentes de medicamentos y las ponga 
en el dominio público hasta ponerle precio a los medicamentos usando una
 fórmula basada en los beneficios del tratamiento.
En
 el caso de la tecnología de energía renovable, un estudio de la 
profesora Hall de Berkeley y Christian Helmers del Center for Economic 
Performance en Londres observó que “puede ser que proteger las patentes 
no sea el instrumento ideal para fomentar la innovación”.
A
 fin de cuentas, los países ricos acabarán pagando por la difusión de 
energía limpia entre el mundo pobre de una forma o de otra. ¿Por qué no 
crear un fondo global sustentado por los gobiernos para comprar 
propiedad intelectual a nombre de las naciones más pobres? Otra idea: 
financiar premios para alentar la innovación orientada a resolver los 
problemas de los países pobres.
La
 invención de tecnologías renovables y su difusión en el mundo ya está 
rezagada. No tenemos tanto tiempo como el que se necesitó para crear una
 vacuna contra la malaria.
 
