Juan Iglesias- La Nación.- En todas las sociedades se construyen imaginarios que
sin mayor crítica son asumidos por las mayorías. Los imaginarios son
absolutamente reales en la medida que perdure el relato y los hechos no
los contradigan. En un mundo en que los populismos son moneda corriente,
el mejor antídoto es la educación. El campo argentino vive un
imaginario permanentemente alimentado por el relato de que Monsanto es
detentor de tecnologías de punta, por las que goza de derechos, sin las
cuales la competitividad de la agricultura tiene poco futuro.
El
imaginario popular es que Monsanto tiene en cantero inagotable de
tecnologías "sin las cuales quedaríamos muy retrasados
tecnológicamente". ¿Los hechos lo confirman? Básicamente Monsanto cuenta
con tres genes, dos de los cuales están en dominio público en
Argentina y en el mundo entero, independientemente de los marcos legales
que los distintos países puedan tener para los descubrimientos de
hechos naturales.
Los
genes son los que determinan las características de los seres vivos,
por tanto en una planta modificada genéticamente sólo los genes que
transmiten una propiedad son los capaces de transmitirla (valga la
perogrullada) y no el nombre, ni artificios técnicos para introducirlos.
Monsanto conoce los genes que dan resistencia al glifosato y a los
insectos desde fines desde los años 80 y obtuvo en su momento patentes,
las cuales han gozado de los correspondientes 20 años de protección.
Pero siguiendo una tradición que el presidente George Bush hijo
describió sintéticamente en una exposición en el Rose Garden de la Casa
Blanca el 21 de octubre de 2002: "algunas compañías usan aplicar una
nueva patente con algún detalle menor de diferencia, tal como el color
de la botella de píldoras o una combinación específica de ingredientes,
no relacionada a la efectividad de la droga".
Monsanto
recurriendo a artificios, que Bush calificó de "razones frívolas", ha
logrado seguir dominando el mercado y entorpeciendo la investigación y
el desarrollo tecnológico. Los eventos, la segunda generación de
patentes de Monsanto, que ya no tiene derechos sobre los genes, no son
más que "una combinación específica de ingredientes, no relacionada a la
efectividad de la droga". La tercera generación, que equivale a cambiar
el color del frasco, es la propiedad de variedades.
El gen que da
resistencia a glifosato es el cp4 epsps o aroA:CP4, el gen que autorizó
Felipe Solá en 1996 como 40-3-2, que luego fue denominado 89788, por
el cual Monsanto reclama la propiedad de Intacta, veinte años después.
Los genes que dan resistencia a insectos corresponden a la familia Cry del Basillus thurigiensis,
que usábamos como insecticida en los setenta bajo la marca comercial de
Di Pel. Este gen también está en dominio público y sobrevive por las"
razones frívolas" a que se refería Bush.
Otro tema es el gen dmo
que proporciona resistencia a Dicamba. ¿Por qué recurrir a un activo tan
viejo? Porque el glifosato se usó mal. Por sus características no era
difícil prever que generaría, en pocos años de uso masivo, resistencias.
Era un herbicida para usar en mezclas. El gen dmo es la solución que ha
encontrado Monsanto para solucionar problemas que ella misma generó.
¿Esta es una solución o un nuevo problema? La dosis actual de Dicamba,
para que tenga el espectro que Monsanto necesita para que sea vendible
la soja Xtend, se debe multiplicar por cinco.
El error que cometió Monsanto en los noventa lo necesita repetir. En los novena y hoy, tiene el mismo problema: no tiene nada.
El autor es empresario