Lo que más llama mi atención del discurso de Trump a lo largo de su campaña, y en la propia protesta del cargo, es la ausencia total de conceptos de Propiedad Intelectual. De hecho, en su anti mexicanismo, olvidó hacer referencia a algo tan obvio e incriminante como los muy altos niveles de piratería comercial en nuestro país. Lo arcaico de sus expresiones en relación al “robo de empleos” recuerda el lenguaje de la primera mitad del siglo pasado, y revela de manera plena la supina ignorancia sobre los verdaderos ejes de la riqueza actual de países industrializados como el suyo.
La posesión de tecnología a través de patentes, marcas, derechos de autor y secretos industriales tendría que ser parte del lenguaje básico del señor, y la exigencia por su respeto y observancia su vocabulario recurrente. Pero no es así, y con ello acarrea graves daños a una economía que se ha definido como promotora activa de la Propiedad intelectual a nivel mundial, y que parece ahora renunciar a ese liderazgo. El daño puede ser mortal para grandes marcas americanas que han recibido por décadas sumas extraordinarias por regalías del extranjero.
De entrada, la salida de EUA del TPP ya implicó abandonar el capítulo más elevado, mejor logrado y más ambicioso de protección de derechos sobre patentes en la historia. Empresas del ramo farmacéutico, electrónica, química y biotecnología, que eran las grandes beneficiarias, no estarán contentas. Por la parte de derechos de autor las empresas de producción de contenido audiovisual y música, al eliminarse la posibilidad que daba TPP de bajar señales ilegales de manera directa, no se sentirán satisfechas por el toque de retirada.
A la parodia del “siempre no” del TPP, habrá que añadir el inédito escenario de la desaparición forzada del TLCAN. En ese tratado, todo el capítulo XVII está destinado a Propiedad Intelectual, y en los hechos fue, junto con el tratado de la OMC, la columna vertebral de nuestra legislación económica de los años 90. No solo no existe posibilidad de retraer las condiciones ahí pactadas, sino que los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio serían inmediatamente aplicables.
De hecho, habría que preguntar si alguien en EUA le ha explicado al señor Trump que para aplicar un impuesto especial a México por sus exportaciones hacia EUA, tendría que abdicar de esa organización, ante el alcance de la cláusula de nación más favorecida. Es decir, como miembro de la OMC, México tiene derecho al mismo trato que EUA dispensa a cualquier otro país en materia arancelaria.
Lo he dicho antes y lo reitero. Ante la descolonización económica voluntaria que EUA ha definido, en particular frente a nuestro país, nuestro camino debe ser el de reforzar los tratados de libre comercio y sustituir con el tiempo al socio ausente. Es un reto, pero es un camino hacia la soberanía en su versión más acabada.