Uno de mis objetivos cuando me incorporé a Bloomberg View hace un mes
era ahondar en el muy discutido tema de los precios de los medicamentos,
señala el columnista de Joe Nocera, en este informe que desnuda a la
industria de los genéricos.
Bloomberg.- Me gustaría explicar a los lectores por qué las compañías farmacéuticas
han venido subiendo los precios despiadadamente en los últimos seis
años aun cuando esa práctica pasó a ser una seria preocupación en
Capitol Hill y en el país.
Mi amigo Barry Werth, que escribió dos libros excelentes sobre la
empresa de biotecnología Vertex, dice que la respuesta es simple:
“Porque pueden”. No obstante, los detalles referidos a cómo lo hacen
pueden ser confusos, complicados… y a veces deshonestos.
Tomemos, por ejemplo, al fabricante de medicamentos genéricos Mylan.
El objetivo de los laboratorios de medicamentos genéricos es,
naturalmente, producir versiones baratas de medicamentos de marca para
venderlos cuando vence la patente del producto en cuestión.
De hecho, la famosa Ley Hatch-Waxman de 1984, que es el documento
fundacional de la industria moderna de los genéricos en Estados Unidos,
otorgaba específicamente incentivos a las empresas para lanzar más
pronto medicamentos baratos al mercado.
Por ejemplo, las empresas que objetaban con éxito patentes de
medicamentos ante la justicia podían llegar a obtener una ventaja de
seis meses antes de que otra compañía pudiera vender su propia versión
genérica.
Pero a medida que las empresas de genéricos como Mylan se convertían
en gigantes –la capitalización de mercado de Mylan alcanzó US$ 26,500
millones a finales del 2015, más del doble que tres años antes– su
objetivo pasó de vender medicamentos al precio más barato posible a
venderlos al precio más caro que podían. Y hacer cualquier otra cosa que
tuvieran que hacer para generar ingresos.
Es conocida la historia de EpiPen, que Mylan compró en el 2007 y la
transformó de un producto de US$ 200 millones al año en uno de US$ 1,100
millones en gran medida mediante una cuadruplicación de los precios.
Los aumentos de precios de EpiPen dieron lugar a investigaciones
gubernamentales, pero es sólo el clásico ejemplo de la estrategia
“porque pueden”.
No obstante, en las últimas semanas, Mylan fue noticia por un litigio
que afecta a otros dos medicamentos: Provigil, que trata la narcolepsia
y es comercializado por el gigante israelí de los genéricos Teva, y
Copaxone, un medicamento utilizado en enfermos con esclerosis múltiple y
que es comercializado por –vaya– Teva.
Provigil fue aprobado por la Food and Drug Administration (FDA) estadounidense a fines de la década de 1990 y salió a la venta como medicamento de marca.
A mediados de los años 2000, su patente estaba a punto de expirar, de
modo que las empresas de genéricos se aprestaban a vender una versión a
un precio mucho más bajo.
Para evitar que esto sucediera, Cephalon, que tenía las patentes de
Provigil, demandó a cuatro compañías de genéricos, incluidas Mylan y
Teva, por infracción de patente. Ahí es cuando las cosas se ponen
sospechosas.
Cephalon aceptó pagar a las cuatro empresas alrededor de US$ 300
millones, y ellas aceptaron mantener fuera del mercado el Provigil
genérico durante otros seis años.
En otras palabras, los consumidores, las aseguradoras y las farmacias
tendrían que seguir pagando un precio exorbitante por un medicamento
que, razonablemente, tendría que haberse conseguido de una forma menos
costosa.
A decir verdad, sin competencia en genéricos, Cephalon pudo
transformar a Provigil en un medicamento de US$ 1,000 millones al año en
2012. Siete años antes, lograba ingresos de US$ 475 millones.
Esta táctica tiene un nombre: pago por retrasar. Si bien la Corte
Suprema estadounidense ha sido ambigua respecto de su legalidad, la
Comisión Federal de Comercio (FTC) de los Estados Unidos la considera una violación de la normativa antimonopolio.
Por eso, en opinión de la FTC, Cephalon, Mylan, Teva y otras empresas de genéricos eran cómplices antes que verdaderas litigantes.
Por consiguiente, la FTC demandó a Cephalon. Y un grupo de laboratorios, incluidos CVS
Caremark y Eckerd, demandó a las empresas de genéricos. El pleito se
prolongó más de un decenio, lapso en el cual muchas cosas cambiaron.
En el 2011, Teva compró Cephalon, lo cual hizo que de pronto fuera
distribuidor del Provigil de marca. Al año siguiente, llegó finalmente
el Provigil genérico al mercado. Pero Teva estaba listo.
Tenía un nuevo medicamento de marca, Nuvigil (Nuevo-Vigil. ¿Se
entiende?) Pese a que la diferencia química entre los dos medicamentos
es pequeña, Teva vendió Nuvigil como un Provigil optimizado.
En el 2015, finalmente Teva dejó el juicio atrás, pagando US$ 1,200
millones para llegar a un arreglo con la Comisión Federal de Comercio,
una suma que incluía su responsabilidad propia y la de Cephalon.
La noticia sobre Mylan, que se conoció la semana pasada, es que
también dejó atrás la causa, con un arreglo de US$ 96.5 millones. La
compañía dijo que el acuerdo “no es reconocimiento de haber cometido
delito”, y quizá sea así.
Pero no cabe casi ninguna duda de que Mylan cobró por postergar un
medicamento genérico, y por consiguiente, Cephalon y Teva pudieron
sacarle miles de millones al Provigil a expensas de los consumidores de
medicamentos.
Si Mylan es uno de los malos en el litigio por el Provigil, en el
caso del Copaxone interpreta el papel del bueno –es el fabricante de
medicamentos genéricos que lucha por lanzar al mercado una versión más
barata de un medicamento de marca caro.
Copaxone, que es vendido por Teva, es un remedio inyectable que utilizan las personas con esclerosis múltiple. Cuando la FDA
aprobó por primera vez el Copaxone en 1997, su costo anual era de US$
8,282. Ahora, es de casi US$ 85,000, y genera la quinta parte de los US$
20,000 millones de ingresos de Teva, según Bloomberg.
Otras formas
El pago por retrasar es una manera de prolongar la vida de una patente de un medicamento de marca, pero hay un montón de otras formas.
El pago por retrasar es una manera de prolongar la vida de una patente de un medicamento de marca, pero hay un montón de otras formas.
Por ejemplo, en el 2015, después del vencimiento de la patente de la
versión original de Copaxone en dosis de 20 miligramos, Sandoz produjo
un genérico. (Su costo anual “con descuento” es de US$ 65,000.) ¿Qué
hizo Teva?
Obtuvo la aprobación de una versión de marca que se administra en
inyecciones de 40 miligramos. Lo cual significó menos inyecciones para
los enfermos. Lo cual hizo que más usuarios de Copaxone se pasaran al
medicamento de Teva, que actualmente cuesta alrededor de US$ 74,000
anuales.
Al llegar a este punto, Mylan ingresó con su propio Copaxone genérico
de 40 miligramos. De más está decir que Mylan y Teva terminaron ante la
justicia discutiendo si las patentes de Teva eran válidas.
Hace algunas semanas, un juez federal falló a favor de Mylan. Si bien
Teva prometió apelar, quizá Mylan no tarde mucho en poder ofrecer un
Copaxone genérico. Sería un resultado terrible para Teva, pero un buen
desenlace para los enfermos de esclerosis múltiple.
Bueno, en cierto modo. Como vemos, cuando se vende a precio más bajo
un medicamento de US$ 74,000 anuales, es posible, de todos modos, ganar
un montón de dinero, incluso vendiendo a precio menor que el de marca.
Y ese es otro de los juegos de la industria farmacéutica desarrollar genéricos caros, no baratos. Pero esa columna queda para otro día.