Por Carlos Raya* .- Los que llevamos toda la vida en la lucha contra la propiedad
intelectual y la mercantilización de las ideas, estos casos nos producen
escalofríos. Las farmacéuticas no disparan sin bala jamás.
Sabían desde el año 2015 que la fórmula de su laboratorio
Enbrel contra la artitris reumatoide era efectiva contra el Alzheimer. La
tasa ascendía a un 64% de los casos. De forma directa y sin adaptar la
fórmula a las características. Pero no dijeron nada. Ocultaron
deliberadamente los importantes hallazgos clínicos por más que estos
fueran casuales. ¿No eran conscientes de las dificultades que entraña
avanzar en la lucha contra una de las enfermedades que más estragos
producen en el ser humano? Cualquier pista es importante por nimia que
parezca. ¿Sabían que se espera un crecimiento alarmante del número de
afectados? ¿Olvidaron que los datos del hallazgo accidental servirían
para redirigir todos los esfuerzos combinados de empresas y estados para
vencer a esta plaga? ¿Y aún así se callaron? Y lo que más me extraña:
¿por qué una farmacéutica desecharía semejante oportunidad de negocio?
Los que llevamos toda la vida en la lucha contra la propiedad
intelectual y la mercantilización de las ideas, estos casos nos producen
escalofríos. Las farmacéuticas no disparan sin bala jamás.
La simonía -que es el comercio de la sustancia del espíritu, del
intelecto, la ideas- está acostumbrada a explotar la oportunidad sin
importarle las consecuencias. ¿Por qué digo esto? Las patentes de los
medicamentos duran 20 años. La propiedad intelectual solo es un sistema
que recompensa con un monopolio temporal el trabajo de los creadores.
Pero como todo privilegio se tiende a maximizar. Todos los esfuerzos del
gran capital se centran, no en inventar más cosas, sino en extender el
plazo.
Una de las formas preferidas por las farmacéuticas se llama “reverdecer la patente”.
Consiste en cambiar uno de los componentes activos de la fórmula -o
incluso un excipiente- y aunque no suponga mejora alguna, el funcionario
de turno conceda otros 20 años sin competencia. Otra forma de
reverdecerla es repatentar una nueva aplicación de un fármaco de una
patente ya caducada, pero en una dolencia diferente. Eureka. Dios está
con los laboratorios y permite el milagro del pan y los peces. Los
pobres ciudadanos volverán a pagar precios descomunales para no morir.
El caso es que muchos países no aceptan esta forma de refresco. EE UU.,
con el apoyo de laboratorios de todo el mundo, presionan para que esta
nueva exigencia se imponga. Va inclusa en los draconianos ADPIC Plus,
que son las cláusulas de propiedad intelectual que se imponen en los
tratados internacionales de comercio. O tragas o no comercias con los
grandes. Es cuestión de tiempo que las ventajas concedidas a las
patentes aumenten hasta hacerse eternas.
Ya sabemos algunas cosas interesantes. Ahora voy a ponerme en la piel
de un simonita despiadado. No digo que esto que voy a contar tenga nada
que ver con Pfizer y este caso de ocultación de datos que podrían
salvar la vida de millones de personas. Estoy imaginando. Todo ficción.
¿De acuerdo? Si fuera ese simonita inmoral, y teniendo en cuenta que el
Alzheimer será la enfermedad más común del futuro; si supiera que los
estados acabarán aceptando que las multinacionales reverdezcan sus
patentes a partir de aplicaciones nuevas de fórmulas ya libres, la
verdad, me hubiera callado como ellos. Hubiera ocultado la información
con una mano para esperar a que el mercado madurase para mi beneficio.
Incluso hubiera mentido a la opinión pública sobre las intenciones de
futuras investigación sobre la enfermedad. Con la otra mano
reorganizaría la plantilla y dotaría a nuevos equipos de investigación
para desarrollar al máximo el descubrimiento casual. Guardaría la
cosecha a buen recaudo y a esperar. Esto es caza mayor. Abstenerse
aficionados. La oportunidad es histórica. ¿Y toda la gente que moriría
por culpa de este crimen contra la Humanidad? Por favor, hablamos de
negocios. Los sentimientos, la ética, la moral, la bondad y la dignidad
son para lo pobres. Los ricos podemos pagar su extirpación. Se matan con
dinero. A veces con muy poco. Otras con más. Pero esto es solo ficción,
como dije. La realidad es mucho más real.
Publicado el petate por el Washington Post hoy por la
mañana, Pfizer ha salido corriendo a dar explicaciones: dicen que se
desechó el hallazgo porque las pruebas no eran concluyentes. Que la
cifra del 64% era cierta, pero a lo mejor no lo era. Se trata de datos
estadísticos colaterales, porque el medicamento se desarrolló contra
otra enfermedad. ¿Para qué investigar? Además, ponerse manos a la obra y
realizar los ensayos clínicos necesarios costaría casi 80 millones de
dólares. Y 80 millones son un coste inasumible para una compañía que en
el 2017 solo facturó 48.908 millones de dólares. ¿De dónde quieren que
salga todo ese dinero? ¡Si es nada menos que el 0,002 de la facturación!
Y si fuera para algo importante…
Pero en EE UU. “solo” se diagnostican 500.000 casos al año y en
Europa se conoce un nuevo caso cada minuto. Un minuto da para mucho. En
España más de un millón de personas padecen este infierno es sus carnes y
más de cuatro millones se ven afectados indirectamente.
Y lo de esconder los datos. ¿Por qué razón esconder los datos?
Aseguran que siendo inútiles para ellos también los serían para los
demás laboratorios. Pero si sabían que el coste del desarrollo de la
prueba eran 80 millones exactamente, es que alguien se paró a
estudiarlo. Igual a otros no le parecía tan caro. Quizá alguien se
podría animar ante semejantes datos por sesgados que fueran.
Por otro lado, Pfizer no podía alegar que los datos podrían tener
utilidad en futuras investigaciones. No tenían salida, porque en enero
del año 2018 anunciaron el abandono de toda inversión destinada a
investigar el Parkinson y el Alzheimer. Su intención: echar a 300
científicos en sus centros de Andover, Cambridge y Groton en EE UU. El
motivo aducido fue la inutilidad del gasto ante la falta de resultados
positivos. ¿Reestructurar su equipo de investigación y contárselo a la
prensa? ¿Esto me recuerda la ficción de antes? Casualidades, claro. Pero
alguien se fue de la boca. Las cosas no se van a quedar aquí. Esto
traerá cola. Me viene a la mente la Corte Internacional de Justicia, los
delitos de lesa humanidad y también los Juicios de Núremberg. Aunque
parezca mentira no hay nada de nuevo.
El doctor Peter Gotzsche publicó en 2014 el ensayo “Medicamentos que matan y crimen organizado”,
donde explica como las farmacéuticas han corrompido el sistema de salud
hasta límites criminales. Denuncia con nombres y apellidos:
AstraZeneca, Novo Nordisk, Glaxo y otros muchos laboratorios son
nombrados. Cientos de médicos e investigadores implicados. Ni una sola
denuncia por difamación. Muy al contrario, la British Medical Association
premió la valentía de Gotzsche, galardonando su trabajo como mejor
libro de año. En España, en 2017 el doctor Lamanda y su equipo publicó “Medicamentos: ¿Derecho Humano o negocio?” que habla de cómo las patentes se ponen por encima de cualquier cosa, incluso del Derecho a la salud o a la vida.
En fin, si usted se encuentra en la primeras fases de la enfermedad y
aún es consciente, si alguno de sus seres queridos se está muriendo de
esta forma tan horrible, si acaba de enterrar a su padre o a su madre, a
su abuelo, su tía, su hija, por favor, reconfórtese, si esto es
posible, porque ahora sabemos que hay nuevos caminos para trabajar
contra esta enfermedad. Y una segunda cosa, también tiene la seguridad
de que hay algo peor que morir olvidando quien es uno, y es morir siendo
un miserable criminal. A los primeros espero que Dios los siente a su
derecha, a los segundos que les de una larga vida, que mantenga su
conciencia clara para que todas las noches de su vida vean los rostros
de los muertos. De sus muertos. De todos aquellos que pudieron salvar y
no lo hicieron.