sábado, 8 de junio de 2019

¿Por qué Pfizer no comunicó que uno de sus fármacos era efectivo contra el Alzheimer?


Por Carlos Raya* .- Los que llevamos toda la vida en la lucha contra la propiedad intelectual y la mercantilización de las ideas, estos casos nos producen escalofríos. Las farmacéuticas no disparan sin bala jamás. 

Sabían desde el año 2015 que la fórmula de su laboratorio Enbrel contra la artitris reumatoide era efectiva contra el Alzheimer. La tasa ascendía a un 64% de los casos. De forma directa y sin adaptar la fórmula a las características. Pero no dijeron nada. Ocultaron deliberadamente los importantes hallazgos clínicos por más que estos fueran casuales. ¿No eran conscientes de las dificultades que entraña avanzar en la lucha contra una de las enfermedades que más estragos producen en el ser humano? Cualquier pista es importante por nimia que parezca. ¿Sabían que se espera un crecimiento alarmante del número de afectados? ¿Olvidaron que los datos del hallazgo accidental servirían para redirigir todos los esfuerzos combinados de empresas y estados para vencer a esta plaga? ¿Y aún así se callaron? Y lo que más me extraña: ¿por qué una farmacéutica desecharía semejante oportunidad de negocio? Los que llevamos toda la vida en la lucha contra la propiedad intelectual y la mercantilización de las ideas, estos casos nos producen escalofríos. Las farmacéuticas no disparan sin bala jamás.
La simonía -que es el comercio de la sustancia del espíritu, del intelecto, la ideas- está acostumbrada a explotar la oportunidad sin importarle las consecuencias. ¿Por qué digo esto? Las patentes de los medicamentos duran 20 años. La propiedad intelectual solo es un sistema que recompensa con un monopolio temporal el trabajo de los creadores. Pero como todo privilegio se tiende a maximizar. Todos los esfuerzos del gran capital se centran, no en inventar más cosas, sino en extender el plazo.
Una de las formas preferidas por las farmacéuticas se llama “reverdecer la patente”. Consiste en cambiar uno de los componentes activos de la fórmula -o incluso un excipiente- y aunque no suponga mejora alguna, el funcionario de turno conceda otros 20 años sin competencia. Otra forma de reverdecerla es repatentar una nueva aplicación de un fármaco de una patente ya caducada, pero en una dolencia diferente. Eureka. Dios está con los laboratorios y permite el milagro del pan y los peces. Los pobres ciudadanos volverán a pagar precios descomunales para no morir. El caso es que muchos países no aceptan esta forma de refresco. EE UU., con el apoyo de laboratorios de todo el mundo, presionan para que esta nueva exigencia se imponga. Va inclusa en los draconianos ADPIC Plus, que son las cláusulas de propiedad intelectual que se imponen en los tratados internacionales de comercio. O tragas o no comercias con los grandes. Es cuestión de tiempo que las ventajas concedidas a las patentes aumenten hasta hacerse eternas.
Ya sabemos algunas cosas interesantes. Ahora voy a ponerme en la piel de un simonita despiadado. No digo que esto que voy a contar tenga nada que ver con Pfizer y este caso de ocultación de datos que podrían salvar la vida de millones de personas. Estoy imaginando. Todo ficción. ¿De acuerdo? Si fuera ese simonita inmoral, y teniendo en cuenta que el Alzheimer será la enfermedad más común del futuro; si supiera que los estados acabarán aceptando que las multinacionales reverdezcan sus patentes a partir de aplicaciones nuevas de fórmulas ya libres, la verdad, me hubiera callado como ellos. Hubiera ocultado la información con una mano para esperar a que el mercado madurase para mi beneficio. Incluso hubiera mentido a la opinión pública sobre las intenciones de futuras investigación sobre la enfermedad. Con la otra mano reorganizaría la plantilla y dotaría a nuevos equipos de investigación para desarrollar al máximo el descubrimiento casual. Guardaría la cosecha a buen recaudo y a esperar. Esto es caza mayor. Abstenerse aficionados. La oportunidad es histórica. ¿Y toda la gente que moriría por culpa de este crimen contra la Humanidad? Por favor, hablamos de negocios. Los sentimientos, la ética, la moral, la bondad y la dignidad son para lo pobres. Los ricos podemos pagar su extirpación. Se matan con dinero. A veces con muy poco. Otras con más. Pero esto es solo ficción, como dije. La realidad es mucho más real.
Publicado el petate por el Washington Post hoy por la mañana, Pfizer ha salido corriendo a dar explicaciones: dicen que se desechó el hallazgo porque las pruebas no eran concluyentes. Que la cifra del 64% era cierta, pero a lo mejor no lo era. Se trata de datos estadísticos colaterales, porque el medicamento se desarrolló contra otra enfermedad. ¿Para qué investigar? Además, ponerse manos a la obra y realizar los ensayos clínicos necesarios costaría casi 80 millones de dólares. Y 80 millones son un coste inasumible para una compañía que en el 2017 solo facturó 48.908 millones de dólares. ¿De dónde quieren que salga todo ese dinero? ¡Si es nada menos que el 0,002 de la facturación! Y si fuera para algo importante…
Pero en EE UU. “solo” se diagnostican 500.000 casos al año y en Europa se conoce un nuevo caso cada minuto. Un minuto da para mucho. En España más de un millón de personas padecen este infierno es sus carnes y más de cuatro millones se ven afectados indirectamente.
Y lo de esconder los datos. ¿Por qué razón esconder los datos? Aseguran que siendo inútiles para ellos también los serían para los demás laboratorios. Pero si sabían que el coste del desarrollo de la prueba eran 80 millones exactamente, es que alguien se paró a estudiarlo. Igual a otros no le parecía tan caro. Quizá alguien se podría animar ante semejantes datos por sesgados que fueran.
Por otro lado, Pfizer no podía alegar que los datos podrían tener utilidad en futuras investigaciones. No tenían salida, porque en enero del año 2018 anunciaron el abandono de toda inversión destinada a investigar el Parkinson y el Alzheimer. Su intención: echar a 300 científicos en sus centros de Andover, Cambridge y Groton en EE UU. El motivo aducido fue la inutilidad del gasto ante la falta de resultados positivos. ¿Reestructurar su equipo de investigación y contárselo a la prensa? ¿Esto me recuerda la ficción de antes? Casualidades, claro. Pero alguien se fue de la boca. Las cosas no se van a quedar aquí. Esto traerá cola. Me viene a la mente la Corte Internacional de Justicia, los delitos de lesa humanidad y también los Juicios de Núremberg. Aunque parezca mentira no hay nada de nuevo.
El doctor Peter Gotzsche publicó en 2014 el ensayo “Medicamentos que matan y crimen organizado”, donde explica como las farmacéuticas han corrompido el sistema de salud hasta límites criminales. Denuncia con nombres y apellidos: AstraZeneca, Novo Nordisk, Glaxo y otros muchos laboratorios son nombrados. Cientos de médicos e investigadores implicados. Ni una sola denuncia por difamación. Muy al contrario, la British Medical Association premió la valentía de Gotzsche, galardonando su trabajo como mejor libro de año. En España, en 2017 el doctor Lamanda y su equipo publicó “Medicamentos: ¿Derecho Humano o negocio?” que habla de cómo las patentes se ponen por encima de cualquier cosa, incluso del Derecho a la salud o a la vida.
En fin, si usted se encuentra en la primeras fases de la enfermedad y aún es consciente, si alguno de sus seres queridos se está muriendo de esta forma tan horrible, si acaba de enterrar a su padre o a su madre, a su abuelo, su tía, su hija, por favor, reconfórtese, si esto es posible, porque ahora sabemos que hay nuevos caminos para trabajar contra esta enfermedad. Y una segunda cosa, también tiene la seguridad de que hay algo peor que morir olvidando quien es uno, y es morir siendo un miserable criminal. A los primeros espero que Dios los siente a su derecha, a los segundos que les de una larga vida, que mantenga su conciencia clara para que todas las noches de su vida vean los rostros de los muertos. De sus muertos. De todos aquellos que pudieron salvar y no lo hicieron.


* El autor, CARLOS RAYA, es colaborador de MUNDIARIO. Es licenciado en Sociología por la UNED. Es especialista universitario en Seguridad y Yihadismo por el Instituto General Gutiérrez Mellado, diplomado de Estudios Avanzados de la Sociedad de la Información por la Universidad de A Coruña (USC), especialista universitario en Propiedad Intelectual por la UNED y doctorando en Sociología de la Propiedad Intelectual por la USC