El aumento de los ataques informáticos a las empresas y el creciente peso que tienen los activos intangibles en la moderna economía industrial han disparado el fenómeno de los robos de los secretos comerciales en todo el mundo.
El caso reciente entre Waymo y Uber, en el que se acusa a un exempleado
de la primera de haberse llevado de forma indebida datos relevantes
sobre el desarrollo del coche autónomo, es sólo la punta de un iceberg,
porque las empresas hoy más que nunca custodian muchos secretos bajo la
superficie. Desde fórmulas y métodos a procesos y sistemas de
desarrollo.
La consultora PwC, en su estudio Economic impact of trade
secrets thefts, estima que a causa de estas sustracciones fraudulentas, las compañías de todo el mundo pierden cada año hasta 3 billones de euros, el equivalente del 5% del PIB mundial.
En una comparecencia del FBI en el Senado de Estados Unidos
en el 2014, la policía federal dijo que el número de casos de espionaje
económico, copia no autorizada, incumplimiento de la confidencialidad y
robo del llamado know-how sólo en ese país se habían disparado en un
año un 60%. De hecho, en la última década, los casos de violación de secretos que acabaron en los juzgados estadounidenses se han triplicado.
El origen del fraude es variado, aunque el FBI señaló en aquella
ocasión a Pekín. “China depende del espionaje industrial, fuerza
transferencias de tecnología y la piratería forma parte de su sistema de
innovación mercantil”, aseguró.
Sea como sea, nadie parece estar realmente a salvo.
“En nuestra era digital, es cada vez más complicado mantener un
secreto”, reconocía Paul Rawlison, ejecutivo de Baker McKenzie, un
bufete que acaba de presentar un informe sobre este tema: The rising
importance of safeguarding trade secrets. “Parece que todo acabe en una
red social”, alertó. En una encuesta llevada a cabo por este despacho,
se detectó que el 82% de los empresarios consideran los secretos como
“parte esencial de su negocio”. Casi la mitad de los 400 directivos
encuestados dijo que esta información es más importante que sus patentes
y sus marcas.
Pero un 20% de las firmas reconoció haber sufrido robos y
menos de un tercio de las ellas admitió disponer de procedimientos para
responder a la amenaza de los robos. Ahí está el problema.
Para paliar el peligro, la UE presentó el año pasado una
directiva, que España todavía no ha transpuesto en su ordenamiento
jurídico, aunque lo hará en breve. Hasta que no entre en vigor la
nueva normativa, a las empresas no le queda más opción en la práctica
que confiar en la ley contra la competencia desleal, una norma obsoleta
de 1991, de antes de la llegada de Internet. Así, no es extraño que a
menudo, en los casos conflictivos –como en los acuerdos de franquicia en
la que se transmite información sensible–, sea el juez quien deba
decidir qué es secreto y qué no.
Ahora, el panorama va a cambiar de forma radical. La directiva elimina la incertidumbre.
Considera secreto comercial toda aquella información que no sea
generalmente conocida, ni fácilmente accesible por personas del entorno,
que tenga para la empresa un valor comercial o alguna ventaja
competitiva y que la persona que controla dicho contenido adopte medidas
razonables con el fin de mantenerlo oculto. En resumen, establece
elementos objetivos, subjetivos y patrimoniales para garantizar una
tutela jurídica más eficaz.
Cristina Duch, socia de propiedad intelectual de
Baker McKenzie en Barcelona, reconoce que esta tutela era necesaria,
porque “estamos en un momento de innovación máxima. Y cada derecho
intangible de la empresa inicialmente es un secreto antes de que logre
algún otro tipo de protección como marca y patente. Como ahora es mucho
más fácil acceder a los datos, las compañías de repente se han dado
cuenta de que no habían cerrado la puerta con llave”. Los espías están
avisados.