¿Patentar o publicar? Esa es la cuestión. Un millar de sanitarios y
científicos colaboran con el Instituto de Investigación Sanitaria de
Santiago (IDIS) para mejorar la vida de los pacientes.
Pero sus avances
pueden plasmarse de dos formas, en publicaciones de prestigio o
protegiendo los hallazgos a través de patentes, que además pueden
venderse a grandes empresas que desarrollen el proceso o fármaco
adquirido. El IDIS es consciente de esta necesidad de patentar y ha
solicitado ya sesenta, de las que once están concedidas y seis
licenciadas. ¿Qué quiere decir esto último? Que se han vendido y ya
generan beneficios.
José Castillo, director del IDIS, explica que
alguna de ellas, en concreto un tratamiento para la enfermedad vascular
cerebral, fue adquirido por una gran multinacional farmacéutica de la
India, que desde su adquisición ha seguido solicitando al IDIS nuevos
proyectos para generar más conocimiento. «Con ello hemos ingresado una
cantidad de dinero importante», cuenta este neurólogo. De hecho, la FDA,
la agencia del medicamento de Estados Unidos, ya ha dado el visto bueno
al tratamiento. ¿Qué ocurre ahora? Que la compañía, para seguir
adelante, debe llevar a cabo un estudio multicéntrico internacional que
puede costar decenas de millones de euros «por lo que ahora tendrán que
pensar su estrategia comercial, ver la viabilidad y decidir si siguen o
no adelante. ¡Nos tienen con el corazón en un puño!», admite Castillo.
Porque patentar está lejos de ser un proceso
sencillo y ágil. En primer lugar no todo es patentable. Cuando un
investigador produce conocimiento, solo puede patentarse un proceso o un
método, no el conocimiento puro y duro. El primer paso es acudir a la
Oficina Española de Patentes, que tarda meses en comprobar si la
petición es patentable y no está registrada en ninguna parte del mundo.
Obtenida esta protección española, la propiedad intelectual solo se
preserva en España, algo casi inútil a nivel científico. Empieza
entonces el proceso en la oficina europea y en la americana, ya que no
existe un organismo a nivel internacional. En total, un coste de entre
50.000 y 100.000 euros y unos dos años de proceso durante los cuales,
además, no se pueden publicar los resultados obtenidos, ya que de
hacerlo no se podrían patentar. «El problema de los investigadores
-explica el director del IDIS- es que por un lado nos fuerzan a
comunicar los resultados y por otro el proceso de registro de la patente
es lento y carísimo».
Lo que tratan de hacer los científicos en
estos casos, como han hecho ya con seis patentes, es venderla, ya que a
partir de ese momento es la empresa que la adquiere quien asume todos
los costes, y casi todos los beneficios. Los científicos se quedan con
la propiedad intelectual y con un beneficio económico que suele oscilar
entre el 5 y el 15 %.
Los científicos prefieren publicar a iniciar estos procedimientos
Los
investigadores lo tienen claro, prefieren publicar sus resultados en
revistas de alto impacto a iniciar un procedimiento de este tipo, en
cuyo caso solo podrán publicar cuando se apruebe la patente, «no cabe
duda de lo que prefieren, todos necesitamos nuestra erótica, y la del
científico es publicar», apunta Castillo. Eso sí, en el otro lado de la
balanza está el pragmatismo y la necesidad de buscar recursos y, aunque
sea un mecanismo engorroso, la patente es una herramienta más para
captar fondos.
Las cifras hablan por sí solas. Desde que en
el año 2010 el IDIS logró la acreditación del Instituto de Salud Carlos
III, este centro se ha convertido en uno de los más productivos, con más
de 4.600 artículos originales. También en el número de patentes estos
laboratorios están en los primeros puestos a nivel nacional, con 60
solicitadas, aunque la cifra es muy inferior al volumen de
publicaciones. A ello hay que sumar que no todos los resultados de
investigación son patentables.