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Ciudad de México.- El único medicamento que no falta
en mi casa es el ibuprofeno, no es que me ayude mucho a calmar la
migraña, pero algo logra. Después de mi experiencia en los estudios de
bioequivalencia siempre busco el genérico, incluso pregunto por el más
barato. Pero mi prima solo compra Advil®, ningún otro
ibuprofeno le gusta. Siempre busca la cápsula roja, la de gelatina
blanda. Se podría decir que padece de lealtad a la marca.
Las farmacéuticas conocen este fenómeno y lo aprovechan. De hecho, al
contrario de lo que podría pensarse, cuando salen las versiones
genéricas al mercado, el medicamento de patente sube de precio.
El laboratorio que patenta y desarrolla un medicamento tiene derecho a
venderlo en forma exclusiva por 10 años, aproximadamente. Además tiene
una ventaja sobre los fabricantes de genéricos: su producto acumula años
de publicidad y muchos consumidores no cambiarán de marca aunque se
oferten medicamentos más baratos.
La investigadora especialista en economía de la salud Mariana Barraza Lloréns colaboró en un estudio para
la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) y observó que el
precio de los medicamentos innovadores aumenta ligeramente con la
entrada de los genéricos. En promedio, a los seis meses de que el primer
genérico entra al mercado, su equivalente innovador eleva su precio 2.4
por ciento. Después de esto, el precio comienza a disminuir, hasta que a
los 24 meses se acerca a su precio original, 0.4 por ciento más
elevado.
Esto sucede incluso cuando el mismo laboratorio produce el
medicamento innovador y el genérico. A pesar de que los medicamentos que
produce son iguales, la farmacéutica sube el precio de uno de ellos,
pues sabe que existe una fracción del mercado que seguirá pagando por
él, sin importar cuánto cueste. En la ciencia económica esto se llama
discriminación por tercer grado.
Gracias a la lealtad a la marca, a la desconfianza en los genéricos y
a que los médicos no tienen la obligación de usar el nombre genérico de
un medicamento al prescribir, las farmacéuticas pueden cobrar distintos
precios según la capacidad de pago y las preferencias de los
consumidores.
La marca es tan importante para algunas personas que en el mercado
existen los genéricos de marca y los genéricos sin marca. Los primeros
le apuestan al uso de un nombre distintivo y a la publicidad para
posicionar su medicamento en el mercado; los segundos no consideran
rentable promover una marca y prefieren competir para venderle al sector
público o a la porción de la población que es más sensible a los
precios bajos que al nombre del producto, explica Mariana Barraza.
Cuando se comparan los precios de todos los genéricos contra los
medicamentos de patente, los de patente son 5.5 veces más caros, pero
cuando se comparan los medicamentos genéricos sin marca, contra los
medicamentos de patente y los genéricos de marca, los segundos son siete
veces más caros.
Ahorro para los servicios públicos de salud
Una persona puede ahorrarse hasta 600 pesos al comprar un antibiótico
genérico, pero los organismos públicos de salud, como el Instituto
Mexicano del Seguro Social (IMSS), pueden ahorrarse mucho más. Como
parte de sus investigaciones sobre acceso a los medicamentos en México,
Daniela Moye Holz reportó que
gracias a la compra de genéricos, de 2013 a 2015, las instituciones
públicas de salud ahorraron 10 mil 863 millones de pesos.
Cuando el sector público compra medicamentos, por ley debe elegir los
que tengan más de un fabricante, es decir, los que tengan genéricos, a
menos que la única opción farmacológica sea un medicamento protegido con
patente.
Aun así, el Estado mexicano gasta 27.2 por ciento de
su presupuesto para salud en medicamentos. Este gasto es el segundo más
alto de entre los países de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE). Esto puede deberse a que se compran muchos
medicamentos o a que se compran caros. Al comparar con otros países,
los especialistas sugieren que en México los precios de los medicamentos
son altos, explica Daniela Moye, que realiza su doctorado en la
Universidad de Groningen, en Países Bajos.
Por otro lado, la joven investigadora ha encontrado que los precios
de los medicamentos oncológicos en el país son muy parecidos a los de
Europa o Estados Unidos, pero cuando se toma en cuenta el nivel de
ingreso de los ciudadanos, a los mexicanos les cuestan mucho más.
Son buenos pero no los consumimos
También sucede que en México el precio de los medicamentos genéricos
no disminuye tan drásticamente como en otros países. Según la Cofece, al
año de que entra el primer genérico, en nuestro país se da una
reducción de 28.6 por ciento del precio, pero en la Unión Europea la
reducción es de 40 por ciento.
Los fabricantes de genéricos pueden comenzar sus procesos de
fabricación desde tres años antes del vencimiento de la patente, esta es
la razón de que en Estados Unidos se tengan genéricos desde el día uno
de vencida la protección.
Pero los genéricos parecen tener mayores dificultades para llegar al
mercado mexicano. Por ejemplo, al año de haber vencido la patente, en
México existen en promedio 2.8 competidores por medicamento innovador,
pero en ese mismo periodo, en Estados Unidos, ya hay 10.1 fabricantes
que compiten con las medicinas más vendidas.
Además, pasados dos años de la entrada del primer genérico al mercado
mexicano, solo 21.4 por ciento de los medicamentos que se compran son
genéricos, mientras que en el vecino del norte hasta 89 por ciento de
los medicamentos que se compran son genéricos, en Canadá, 74 por ciento y
en Holanda, 62.1 por ciento.
Hablando del impacto que esto tiene en los consumidores, la Cofece
estima que si se lograra que la penetración de los genéricos en el
mercado se duplicara y pasara de 21.4 a 42.8, las familias mexicanas se
ahorrarían dos mil 552 millones de pesos al año.
¿Por qué son tan caros los medicamentos de patente?
Las patentes tienen un propósito, Gilberto Castañeda Hernández,
investigador en el área de farmacología del Centro de Investigación y de
Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional
(IPN), las reconoce como una forma de premiar la inventiva y el gasto
que realiza una farmacéutica, que por 20 años será la única con derecho a
comercializar el nuevo fármaco.
Pero la patente no se tramita cuando el medicamento está listo para
venderse, eso sería muy arriesgado. Alguien más podría diseñar la misma
molécula o la información sobre la innovación podría filtrarse y ser
patentada por alguien más. Por otro lado, si se patenta muy pronto el
proceso de desarrollo del medicamento podría tardar demasiado y las
farmacéuticas perderían años de monopolio en el mercado.
Para que un nuevo fármaco llegue al mercado, antes se estudiaron y
descartaron aproximadamente 10 mil moléculas. Este proceso, que va desde
las primeras ideas hasta la producción de la primera unidad de
medicamento, toma entre 10 y 12 años y cuesta más de 800 millones de
euros, según la página web de la farmacéutica Pfizer, España.
Si en promedio, después de haber patentado una molécula, las
farmacéuticas tardan de 10 a 12 años en desarrollar un medicamento y les
quedan de 10 a ocho años de exclusividad en el mercado, en ese tiempo
la industria tiene que recuperar su inversión y generar ganancias.
En realidad, ¿cuánto cuesta desarrollar un nuevo fármaco?
Mariana Barraza ha trabajado como economista de la salud por más de
20 años y ha encontrado en la literatura científica que para desarrollar
un medicamento, las farmacéuticas tardan ocho años, en promedio,
después de haber patentado. El tiempo que les queda para vender en forma
exclusiva es su licencia efectiva, el periodo de explotación del
medicamento, y dura aproximadamente 12 años.
“La industria se queja de que estos doce años son muy pocos para
recuperar la inversión, pero otras instancias consideran que es
suficiente, sobre todo por los precios que imponen en el mercado durante
ese periodo”.
Vinay Prasad y
Sham Mailankody no tienen duda de que la inversión se recupera y con
creces, incluso con ganancias desmedidas. Los investigadores de la
Universidad de Salud y Ciencias de Oregón, en Portland, y del Centro
Oncológico Conmemorativo Sloan Kettering, en Nueva York, publicaron en
noviembre de 2017 un artículo en el que analizan el costo de investigación y desarrollo y el tiempo que tomó desarrollar 10 medicamentos contra el cáncer.
Lo que encontraron fue que desarrollar un medicamento oncológico tomó en promedio 7.3 años y costó 648 millones de dólares.
En promedio, después de cuatro años en el mercado, las ganancias
totales de los 10 medicamentos eran de 67 mil millones de dólares. La
inversión conjunta que se había hecho era de siete mil millones de
dólares. Además, todavía les quedan, en promedio, 8.3 años para generar
ganancias exclusivas.
De manera individual, dos medicamentos ya habían generado 10 veces
más ganancias que la inversión en investigación y desarrollo, en uno y
cuatro años de venta.
Estudios sobre medicamentos en general han llegado a calcular hasta
en mil 395 millones de dólares el costo de desarrollo de un nuevo
fármaco. Pero también se ha reportado el gasto en 320 millones en una
investigación de la organización Public Citizen. Estas diferencias hacen
pensar a los autores que hay una falta de transparencia en las cifras
sobre el verdadero gasto de las farmacéuticas en investigación y
desarrollo, pues su información, por fármaco, no es de acceso público.
La inversión pública
No solo la industria farmacéutica invierte en el desarrollo de nuevos
medicamentos. Los gobiernos también lo hacen a través de las
universidades y los centros de investigación. De hecho, un estudio que
realizaron científicos de la Escuela de Medicina de la Universidad
Johns Hopkins, en Estados Unidos, reportó que entre 2010 y 2016, el
desarrollo de todos los nuevos fármacos había sido apoyado directa o
indirectamente por dinero del gobierno de Estados Unidos.
Calcularon que la inversión pública por medicamento innovador podía
llegar a los 839 millones de dólares. El 89 por ciento de este dinero
era utilizado para investigación básica relacionada con las posibles
formas de atacar una enfermedad y 11 por ciento, directamente para el
desarrollo o seguimiento de medicamentos aprobados por la autoridad
sanitaria.
Alargar el monopolio
Cuando el tiempo de una patente termina, los genéricos pueden salir
al mercado y el monopolio debería transformarse en libre competencia.
Pero las farmacéuticas buscan mecanismos para que los privilegios de
haber desarrollado el medicamento les duren el mayor tiempo posible. La
Cofece tiene bien identificados los mecanismos que utilizan para alargar
su tiempo de monopolio y los explica en el estudio en que colaboró Mariana Barraza.
Las dos principales formas con que las farmacéuticas abusan de la
propiedad intelectual es mediante el agrupamiento de patentes y mediante
las moléculas siempre verdes. El agrupamiento de patentes consiste en
ir registrando diferentes patentes para el mismo fármaco conforme se va
desarrollando, entonces un medicamento suele tener más de una patente,
ya en 2005 las drogas más vendidas tenían hasta cinco patentes,
y ese número ha aumentado desde entonces. En casos extremos, se intenta
patentar un medicamento que ya se vende pero para utilizarlo en una
enfermedad diferente, explica la investigadora.
Lo que sucede con esto es que los productores de medicamentos
genéricos tienen que contratar abogados para asegurarse que pueden
fabricar en cuanto la primera patente venza. Esto causa incertidumbre y
eleva los costos para los competidores, porque los dueños de la patente
demandan al instante, aunque su demanda no tenga base, para comenzar un
juicio y retrasar la salida de los genéricos.
Por otro lado, Ricardo Páez Moreno, médico y doctor en bioética, sabe
que no todos los productos de patente son una panacea y no todos son
realmente nuevos. Muchas veces se patentan modificaciones menores a una
molécula para mantenerla “siempre verde”. El nuevo medicamento puede no
ofrecer una ventaja sobre el anterior, pero mediante publicidad las
farmacéuticas tratan de convencer de que es mejor.
En ocasiones es difícil definir si la modificación en verdad ofrece un beneficio a los pacientes, pero existen casos extremos reportados en la literatura científica, como el del medicamento para el asma Combivent® Respimat®.
Los principios activos de este medicamento son el salbutamol y el
ipratropio, que fueron patentados en 1972 y 1970, respectivamente. Pero
hasta 2016 el medicamento seguía teniendo 17 patentes que irán expirando
hasta 2028. Es decir, la farmacéutica Boehringer tendrá alguna forma de
protección sobre el producto por 58 años.
Por último, las farmacéuticas que tienen una patente pueden
simplemente llegar a un acuerdo con los productores de genéricos y
pagarles por mantenerlos fuera del mercado un tiempo. Esta práctica se
ha reportado en Estados Unidos y la Unión Europea, y afecta a los
consumidores, pues tendrán que pagar un precio alto mientras no entren
los genéricos al mercado, como lo expone la Cofece.
Las enfermedades olvidadas
Las grandes farmacéuticas diseñan sus experimentos en los países de
alto ingreso, pero realizan los estudios clínicos, para probar sus
nuevas moléculas, en todo el mundo. Ricardo Páez, que también es miembro
del Programa Universitario de Bioética de la UNAM, considera que esta
práctica se hace a expensas de la medicina pública de los países de
mediano y bajo ingreso.
El problema es que las farmacéuticas no buscan la participación de
los investigadores mexicanos como colaboradores en sus proyectos,
simplemente les dan un procedimiento que tienen que seguir al pie de la
letra, ocupando el tiempo de los investigadores del país, con pacientes
del país, utilizando las instalaciones y los materiales del país. Para
Ricardo Páez, eso es más un encargo de maquila que una colaboración
científica.
El investigador no niega que las instituciones se benefician y
reciben un pago por colaborar con las farmacéuticas, pero considera que
la ganancia se pierde cuando se obtiene un producto exitoso y las
grandes compañías fijan precios altos, fuera del alcance de la mayoría
de las instituciones donde realizaron la experimentación.
En su experiencia, incluso hay estudios en que las farmacéuticas no
garantizan el fármaco a los pacientes con quienes se experimentó.
“Los beneficios a los que tienen derecho los pacientes por haber
participado en una investigación normalmente son muy pocos. Uno de ellos
debería ser el famosos derecho a la molécula exitosa. Antes estaba
señalado en el párrafo 30 de la declaración de
Helsinki, ahora es el 34: cuando una molécula es exitosa, los sujetos
de investigación tienen derecho a recibir ese tratamiento de manera
gratuita. ¿Cuánto tiempo?, allí están los debates, pero ya al menos
tener conciencia de que existe el derecho sería un paso. En México nunca
se respeta este derecho y es rarísimo que se respete en otras partes
del mundo. Eso está reportado en la literatura bioética, incluso con
casos del año pasado”.
Otro problema es que la investigación dirigida desde países de alto
ingreso se enfoca en resolver las necesidades de esos países, y las
prioridades de las naciones de menores ingresos quedan descuidadas. De
allí que existan las enfermedades olvidadas o enfermedades tropicales desatendidas como
el dengue, el paludismo y el chagas, que solo en América Latina y el
Caribe ponen en riesgo por lo menos a 250 millones de personas.
Atender estos padecimientos daría muy pocas ganancias económicas a
las farmacéuticas, pues ni los enfermos ni sus gobiernos tienen con qué
pagar los medicamentos. “Donde no hay rentabilidad no se invierte”, dice
Ricardo Páez.
El equilibrio
Médicos, farmacólogos, economistas y eticistas coincidieron en que es
justo que las compañías obtengan ganancias por las innovaciones que
desarrollan, y que proteger la propiedad intelectual mediante las
patentes es necesario para incentivar la investigación sobre nuevos
medicamentos. El trabajo que realizan es arduo y debe recibir una
recompensa.
Pero para Ricardo Páez, los tratados internacionales y las
regulaciones nacionales actuales han puesto la propiedad intelectual
sobre el derecho a la salud, y eso violenta el artículo número 25 de los
derechos humanos.
Como médico y farmacoepidemiólogo, Rafael Figueroa Morales considera
que para evitar esta situación los gobiernos deberían ser un contrapeso
frente a las grandes compañías farmacéuticas, que tienen un enorme poder
y han sabido manipular las leyes y las condiciones de cada país para su
beneficio. Entonces se tienen medicamentos a precios inaccesibles para
la mayoría.
Y aunque el derecho a la salud, desde la perspectiva de los derechos
humanos, debería estar por encima de la protección de la propiedad
intelectual, en la práctica los dos derechos son igual de importantes,
porque tienen objetivos muy diferentes, explica Mariana Barraza. No hay
que olvidar que las patentes premian la generación de un conocimiento
útil para toda la humanidad, que todos los detalles sobre la invención
deben publicarse y cuando la patente vence, la información se vuelve un
bien público.
“Entonces quizá no es un beneficio en términos de cómo está
registrado el derecho a la salud, pero también es un beneficio y más que
hablar de una y otra tendríamos que hablar de cómo se tienen que
equilibrar y cómo una no debe atropellar a la otra”.
La línea que separa ganancia justa de lucro desmedido es borrosa. Al
final del día nadie puede trabajar gratis, pero si el acceso a los
medicamentos depende solo del gasto de bolsillo, ¿quién en México podrá
pagar por su salud? (CONACYT)