Mauricio Jalife-El Financiero.- La variación de rumbo en el discurso del Gobierno de Estados Unidos
en materia de libre comercio, resulta inexplicable a la luz de los
costos enormes que deberán absorber algunas de sus empresas más
emblemáticas. Algunos de los jugadores más constantes, involucrados y
hostiles que en cada negociación internacional aparecían –empresas
farmacéuticas y biotecnológicas-, con propuestas cada vez más
intervencionistas e incómodas para los países de economías emergentes y
subdesarrollados, han pasado ahora a un escenario proteccionista que
implica la renuncia a esas posiciones labradas a lo largo de 30 años.
Este cambio resulta sorprendente e inexplicable, no sólo por sus
repercusiones políticas en términos de pérdida de liderazgo, sino que
tendrá hondas consecuencias en la reducción de sus ingresos en los
próximos años. Hay que pensar que cada patente que pudo ser beneficiaria
de la prórroga de cinco años de vigencia que el TPP garantizaba, dejará
de producir beneficios monopólicos a sus titulares.
Para sacar conclusiones basta saber que un producto patentado como
Lipitor, medicamento para el control de colesterol, en sus mejores años
lograba ventas mundiales anuales superiores a 13 mil millones de
dólares.
Además, hay que recordar que otros beneficios asociados al TPP tenían
que ver con la prohibición a los fabricantes de genéricos de usar
información de pruebas clínicas del producto líder, lo que se convertía
en una manija adicional para el control de precios, así como el
reconocimiento expreso a diversas formas de patentamiento que han estado
seriamente cuestionadas en el mundo.
Lo que más debe preocupar a estas empresas, tan dependientes para su
éxito de la fortaleza de su propiedad intelectual, es la desaparición
del lenguaje de su Gobierno de referencias a estos temas. Dado que se
trata de mecanismos mucho más sofisticados de expansión mundial del
capitalismo, parecen ya contrarias a esta intención de recuperar puestos
de trabajo de manufactura hacia el interior de Estados Unidos.
Parece que en ese sentido, ese país, otrora promotor a ultranza del
respeto irrestricto a los activos empresariales intangibles, ha cambiado
su lectura para abandonar el campo de batalla que por tantos años
defendió como territorio propio, para cederlo a la fuerza de la
incertidumbre. Si a eso añadimos el componente inevitable del
antiamericanismo, el resultado es francamente impredecible. Es posible
que la inercia tutelar de los derechos de propiedad intelectual siga
avanzando por determinado tiempo, pero en algún momento empezará a
extrañar la fuerza motriz que le ha mantenido avanzando en las últimas
décadas.
Conversando con un antiguo negociador estadounidense que ha
participado activamente en la confección de muchos de los tratados más
influyentes en materia de patentes en los últimos 15 años, me transmitía
esta sensación de vacío político que percibe desde hace meses y que no
parece llenarse con nada. Antes, me dijo, recibía 15 o 20 correos al día
con tareas y objetivos, y los reportes semanales y mensuales eran
asignatura obligada; hoy en cambio, me dice que podría no pasar por su
oficina en tres días y difícilmente se notaría su ausencia.
No se trata sólo de dejar pasar esta moda que ha trastocado el estilo
de hacer política en Estados Unidos; no se trata sólo de una pausa de
cuatro años; se trata de una transformación de los hábitos diplomáticos
que por décadas se habían perfeccionado, y que hoy son puestos a secarse
al sol como prendas desechables.