En
1970, Estados Unidos reconoció el potencial de la ciencia de los
cultivos ampliando el alcance de las patentes en la agricultura. Se
supone que las patentes recompensan la creatividad, así que deberían
haber animado el progreso.
Sin
embargo, pese a ofrecer protección extra, ese cambio y una ampliación
adicional del régimen en los años 80 no condujo ni a más investigación
privada sobre el trigo ni a un aumento en las cosechas.
En general, la productividad de la agricultura estadounidense continuó su suave ascenso, como lo había hecho antes. También
en otras industrias, sistemas de patentes más fuertes parecen no haber
conducido a más innovación. Eso en sí debería ser desalentador, pero la
evidencia sugiere algo mucho peor. Se
supone que las patentes propagan el conocimiento, obligando a sus
poseedores a exponer su innovación para que todos la vean. A menudo no
lo hacen, porque los abogados especializados en patentes son maestros de
la ocultación.